viernes, 14 de octubre de 2016

¿Dónde está mi galleta? y otros misterios de las intolerancias alimenticias

Advertencia: Este texto no está dedicado a nadie en concreto, es sólo un pensamiento que creo que más gente compartirá conmigo.

La vida se compone de pequeños placeres. Para algunos es pasear por un bosque tras la lluvia, para otros es el roce de la piel de la persona amada, ver una película en el sofá arropado bajo una manta... para mí es encontrar en el supermercado galletas de chocolate sin azúcar. No sabéis el subidón que me da, sólo comparable al momento en que Jafar encuentra la lámpara en Aladdín.


De verdad que no es fácil. Para los que no lo sepáis, tengo intolerancia a la glucosa, esto es que no puedo comer nada de azúcar. No, ni un poquito. Tampoco miel. Es bastante difícil encontrar cosas ricas para comer en plan pasteles, bizcochos, postres... Y tampoco puedo comerlos tanto como quiera, sólo de vez en cuándo.

A parte del problema de suministros existe otro problema, más sutil y sibilino: los amigos y familiares que quieren saber "cómo saben tus galletas". Amigos con intolerancias alimenticias, no os dejéis engañar, no pararán con una galleta o con un bocadito a tu pastel, comerán de ellos como si fueran cosas con azúcar.
¿Por qué? Porque por fin los fabricantes saben cómo hacer que las cosas sepan a chocolate como Dios manda, y el paquete de pastas que te ha costado el triple que uno normal y que tenías pensado que te durase toda la semana, no llega al final del día.

Seguro que alguna vez os ha pasado, tenéis que ir a una cena y decidís llevar el postre para aseguraros de que habrá algo que podáis comer. Así, encargais una deliciosa tarta sacher con una pintaza de cine (que por supuesto no podéis comer) y cocinais una tartita pequeña sin azúcar, de frutas y un poco de masa. Pues bien, al final tooodo el mundo quiere probar tu tartita, a tí te queda un trocito pequeñin y la mitad de la tarta sacher se queda sin tocar, riéndose en tu cara.

Después de algún tiempo la gente empieza a comprarte cosas sin azúcar (algunas son sin gluten o con una cantidad de azúcar que asusta, pero la intención es lo que cuenta), y remarco el comprar-TE. Aquí se pone la cosa peligrosa, porque consideran que tienen derecho de pernada. Si hay suerte compran algo que está muy, muy bueno, por ejemplo, cereales. Te levantas al día siguiente, pensando en tus ricos cereales pero... no están. "Oye, ¿y los cereales que me compraste ayer?" "¡Uy, me los he comido! Es que están tan ricos, ¿sabes que no parece que sean sin azúcar?" Si... lo se... pero bueno, supongo que no pasa nada por desayunar la leche y ya está.



No es un problema de egoísmo o de glotonería, si no de no darse cuenta de que para nosotros no hay alternativa. La gente sin intolerancias alimentícias pueden comer cosas sin gluten, sin lactosa, sin azúcar, sin cacahuetes... Nosotros no. Si os coméis nuestras galletas nosotros nos quedamos sin nada. El plan B es ir otra vez al super y volver a pagar más que vosotros porque hemos tenido la mala suerte de tener un problema de salud. Puede que el problema sea ese, que la gente se olvida que tras las dietas especiales hay un problema de salud. 

Queridos no-intolerantes. No os culpo, no os odio, entiendo que queráis saber cómo saben las cosas que comemos, pero sed considerados. Muchas veces tenemos que comprar las cosas menos apetecibles, las que saben a cartón con humo, para asegurarnos de que podemos desayunar con una galleta.



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