miércoles, 9 de julio de 2014

Si me olvidara de ti Jerusalem...

Hoy tenía pensado escribir sobre Juego de Tronos, los castings para España y todas esas cosas... pero los acontecimientos de los últimos días y una conversación con un amigo que está sufriendolo en su piel me han llevado a dejaros aquí el ensayo que me valió una Matrícula de Honor en la carrera.


Disfrutadlo


אם אני אשכח אותך ירושלים


Si me olvidara de ti Jerusalén... Tal vez fue así como comenzó mi fascinaciónpor Oriente. Alejada de motivos religiosos, mi visita a Israel y Palestina marcaría el camino que he seguido hasta ahora.

Como periodista mi vocación siempre ha sido ser corresponsal (tristemente ahora sólo los hay de guerra) y recorrer el mundo. Con ese sueño acudí a un curso de corresponsales en Jerusalén. 

Nunca he sido una persona religiosa, por lo que no fui con intención de ir a rezar a los Santos Lugares ni recorrer las calles que recorrió Jesús. Mi intención era acudir al curso y ya. Por suerte allí había un cura, encargado de enseñarnos los lugares más emblemáticos de la ciudad. Durante una misa en el Monte de los Olivos recuerdo que dijo "los que no seáis creyentes intentad buscar un sentido más profundo a este viaje que el mero turismo, aunque no sea un sentido religioso". Y debo decir que tenía toda la razón.








No sabría decirlo, pero, despertar oyendo la llamada a la oración, pasear por los bazares regateando el precio de mil baratijas, ver el sol alzarse sobre el desierto por la mañana desde la cima de un edificio, contemplar la ciudad Tres Veces Santa desde el Monte de los Olivos, con el sol reflejándose en la Cúpula de la Roca o subir a Masada para asistir a una clase de historia a cuarenta grados a la sombra te hace sentir que hay algo poderoso en aquella tierra, algo más poderoso que la religión, el sentimiento de que te encuentras en el centro del mundo.

El viajero que llega a Tierra Santa no debe cerrarse a conocer todo lo que se le ofrece, debe olvidarse de los prejuicios que ha interiorizado en la seguridad de su hogar. Las largas noches hablando con jóvenes israelíes acompañadas de unas cervezas, o las cortas conversaciones con un padre palestino en Belén sólo te transmite una sensación: una profunda tristeza. De pronto te das cuenta que da igual lo que digan los medios de comunicación. Ambos lados sólo quieren vivir en paz, sea quien sea su vecino y haya lo que haya hecho, sólo quieren vivir tranquilos.

En ese momento piensas “¿cómo puede una tierra tan mágica producir tanta tristeza a sus habitantes?” y empiezas a leer a Mosterin, luego a Montefiore, te apuntas a un curso de verano de hebreo y acabas en el grado de Estudios Semíticos e Islámicos. 

Recuerdo que mi primera clase en la carrera de Periodismo fue Historia de Occidente (que casualidad que la primera en “semíticas” fue Historia de Oriente Próximo). El profesor de aquella asignatura preguntó a la clase que dónde se originó la civilización occidental. Nosotros, tiernos jóvenes que veníamos de estudiar a Platón como si fuera la verdad revelada, contestamos sin dudar que en Grecia. A esto el profesor nos espetó: “En Grecia sólo hay moralina cutrecilla, el origen de la civilización occidental está en los judíos”. Tal vez se pasó en concreción, pero no iba tan desencaminado.

Todo el territorio que abarca desde Egipto hasta el Tigris nos ha dado los fundamentos para construir la vida tal y como la conocemos. No sólo me refiero a la escritura y la cultura, si no a cosas tan básicas como la agricultura, ganadería, el trabajo de los materiales...y cuestiones más complejas y tal vez menos bellas, como las figuras de poder, las clases sociales, los sistemas de gobierno...y sobre todo la religión, esperanza de un futuro mejor, y más tarde la filosofía, comprender para crear un futuro mejor.

Sin embargo, la realidad de esos países es hoy muy diferente. Tenemos la tendencia a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Tal vez no lo fue, pero Oriente siempre ha estado en nuestras mentes como un paraíso lleno de belleza, misterio y olor a incienso. La imagen que nos ofrecen hoy los medios de comunicación es que el paraíso ha sido saqueado. El exotismo ha dejado sitio a la violencia, las grandes mentes han sido sustituidas por fanáticos y la fascinación se ha convertido, en algunos casos, en temor.

Desde luego hay que plantearse hasta qué punto hemos contribuido los occidentales en esta decadencia, pero tampoco sería justo echarnos toda la culpa. Un ejemplo claro está en los últimos años. Cuando oriente ha intervenido en un país para intentar mejorar sus condiciones de vida, por ejemplo, Afganistán, las cosas han ido mal. Cuando han sido los propios habitantes del país los que han decidido cambiar su realidad tampoco ha sido mejor, como ocurre actualmente en Egipto. La preocupación ahora es Siria. 

Todos sabemos las barbaridades que se están cometiendo, pero, ¿qué hacer? ¿Apoyamos a los rebeldes? Pero entre ellos hay grupos islamistas radicales que someterían a la población a una forma de gobierno en la que la ley es la palabra de Dios. ¿O apoyamos a Al Assad? Si hacemos esto estaríamos justificando sus macabras acciones contra la población civil...

Muchos expertos opinan que la solución está en ellos, que no debe venir de un país (o grupo de países) que no comprende su forma de entender, por ejemplo, qué es un gobierno justo. Para una persona como yo, que se desespera con las injusticias, sean grandes o pequeñas, es terrible ver que no hay una salida pronta y fácil.

A pesar de los problemas actuales Oriente Próximo sigue teniendo algo muy bueno. Son muy conscientes de quiénes son y de donde vienen. No han olvidado sus costumbres y cultura, y no parece que vaya a ocurrir próximamente. Esto no ocurre en otros países orientales. 

Hace un par de años tuve la oportunidad de viajar a China. Debo decir que es un país precioso. Sus paisajes son impresionantes, sus edificios maravillosos, pero a sus habitantes todo esto les da exactamente lo mismo. No hacen el más mínimo esfuerzo por mantener su patrimonio. Recuerdo que el tramo de la Gran Muralla China que visité estaba patrocinada por una conocida marca de electrodomésticos alemanes, ya que a los chinos les da igual que se derrumben sus obras más emblemáticas. 

Si se les derriba un palacio, lo reconstruyen si acaso les vale para algo, pero no porque sea un elemento importante de lo que son como individuos. Lo único que les preocupa de verdad es poder vender todo lo posible a los extranjeros que vamos a visitar su país, y si tienen que perseguirte durante media hora por un edificio de tres plantas para que les compres unas botas que te quedaste mirando durante más de treinta segundos lo hacen. 

Es un país con una personalidad hueca, donde a nadie le importa lo que le ocurra a su cultura, y lo que le ocurra al de al lado. Cuando viajé allí acabábamos de conocer en España el caso de una niña que había sido atropellada numerosas veces en una calle de una gran ciudad, y a la que nadie se paró a ayudar. Le preguntamos al guía que qué pensaba de eso. Nos contestó que él tampoco hubiera parado, no fuera a ser que los padres de la niña le denunciaran.

Oriente Próximo podrá tener muchísimos problemas políticos y religiosos actualmente, pero es una cultura con alma, con valores (que podemos compartir o no) y con inquietudes. A veces pienso que nos estamos perdiendo muchísimas cosas que podríamos seguir aprendiendo de ellos, como ahora estudiamos los hechos de sus primeros días. 

Este pensamiento me tuvo obsesionada cuando volví de Tierra Santa (sin países). Una amiga y yo estuvimos planteándonos muy seriamente irnos a trabajar a Israel o a Palestina, a donde fuera, a algún sitio que trabajase por cumplir nuestro sueño: un Oriente en paz. ”Pero Irene” me dijo “no vamos a poder resolver nada. Vamos a ser dos occidentales dando voces en un desierto”. “Bueno” le contesté “supongo que a alguien le entrará curiosidad por saber por qué hay dos occidentales gritando en un desierto”.

1 comentario:

  1. Sublime pista para empezar a pensar que nada es blanco ni negro.
    FELICIDADES.

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